Desde enero último, la evolución futura de la economía israelí parece depender exclusivamente del impacto de la “reforma judicial”, que el gobierno intenta imponer en la presente legislatura. Ni el incremento de los tipos de interés, que podrían llegar a un 5,5% antes del verano, ni la posible devaluación del Shekel (NIS), que volvería a poner al euro por encima de los 4 NIS, son factores preocupantes para la mayoría de la población; y eso es un punto de atención para un país que depende del consumo interno y de las importaciones. 

En un informe elaborado por el departamento de cuentas del Ministerio de Finanzas y publicado a inicios de marzo, los funcionarios alertaron de que el Estado de Israel podría perder hasta 25,4 billones de euros anuales durante la próxima década, un 2,8% del crecimiento del PIB, si se aprobara la tan temida reforma judicial. Estas estimaciones se basan principalmente en dos factores: la reducción de las inversiones en sectores como el high-tech y el descenso de la calificación de la deuda, ambos consecuencia de la inestabilidad jurídica y la falta de protección a la inversión extranjera que registraría el país.

Sin embargo, en una situación ceteris paribus; es decir, descontando el efecto “reforma judicial” y manteniendo el resto de los factores económicos en evolución estándar, el crecimiento registrado del 6,3% del PIB en 2022 se verá reducido en 2023 a un 2,8%, mientras que el desempleo se estabilizaría en un 3,9% con una tasa de inflación del 3%, según el Banco de Israel. Cifras relativamente positivas, en un periodo convulso mundial; pero no lo suficientemente descriptivas en un país que vive en dos y hasta en tres velocidades. 

Para nadie es desconocido que el sector del high-tech es el emblema económico del “Startup Nation” y que gran parte del crecimiento futuro depende de su performance. Desde 2021, concentra a más del 50% de las exportaciones, con una participación del 10% de la fuerza laboral total o 350.000 personas, y con ingresos medios que superan en casi un 300% el salario mínimo profesional, según datos de la Israel Innovation Authority. Aunque haya registrado una pequeña contracción en 2022 y en lo que va 2023, sigue siendo un sector que genera un gran poder adquisitivo para sus trabajadores, casi ajenos a la inflación, subida de tasas de interés o problemas sociales internos. Son “la nueva aristocracia”, como dicen algunos analistas.

Esta buena reputación de Israel a nivel mundial reflejada en clasificaciones como “la cuarta mejor economía de los países de la OCDE” en 2022, según The Economist, ocultan que este país se encuentra a su vez dentro de los estados con mayores tasas de pobreza de las economías desarrolladas. Según el informe de agosto de 2022 de la ONG Latet, la mayor organización israelí que lucha contra la desigualdad, más de 2,6 millones de ciudadanos, un 27,8 % de la población, son catalogados como pobres, y el porcentaje de hogares que se ubica al límite de serlo es del 20 %, frente al 14 % de antes de la pandemia. En su mayoría son judíos ultraortodoxos y árabes israelíes. 

La razón: un elevado coste de vida que se ha convertido en un lastre también para la clase media, que hasta hace pocos años vivía con cierta holgura. Según Numbeo, la base de datos global sobre coste de vida, Israel es el séptimo país más caro del mundo, por delante de Japón, Singapur, Hong Kong, Canadá o Dinamarca; y registra un índice de precios un 40% mayor con respecto a la media de la zona euro, con incrementos en el metro cuadrado construido de más del 20%, solo en 2022. 

Bipolaridad poco conocida, pero que se hace visible, por un lado, en el sector dela innovación y el emprendimiento, generador del mayor porcentaje de riqueza del país, en el que predominan los ciudadanos judíos de origen europeo, profesionales de clase media y alta, que se manifiestan preocupados por la huida de capitales de aprobarse la reforma judicial; pero también, por el lado opuesto, judíos originarios de Medio Oriente y ultraortodoxos, que mayoritariamente apoyan al nuevo gobierno, forman el sector que no acelera lo suficiente para superar la línea de pobreza y vive de subsidios estatales que la coalición gobernante actual prometió incluso aumentar. 

Las diferentes velocidades son tan sólo un síntoma de las realidades socioeconómicas, culturales e ideológicas que rivalizan hace décadas en el seno de la diversidad israelí. El interrogante, por lo tanto, es cómo y quién logrará capitalizar todos los reclamos y cerrar las históricas grietas para que el único momento en el que todos los israelíes se sientan unidos no sea únicamente en la guerra.


Carlos Benzaquen es director de Ardup Corporate Managent. © 2023 ARDUP Corporate Management (ACM) – Todos los derechos reservados.